jueves, 28 de junio de 2007

¿Un paraíso?

El verano se nos ha echado encima y ahora toca pensar en paradisíacos destinos para nuestras vacaciones. Lo exótico está de moda, siempre ha estado de moda, pero ahora está más al alcance de la mano.

Uno de esos lugares idílicos que ocupa la portada de muchos catálogos y postres en las agencias de viaje es Birmania. Situada en el sudeste asiático, bordeando el mar Andaman y el Golfo de Bengala, entre Bangladés y Tailandia, sus playas y sus templos pueblan el sueño estival de muchos viajeros.

Pero no todo son atractivos en Birmania. En la llamada Tierra del Oro, nombre que antiguamente se daba a la zona, se oculta un país que vive desde 1962 en una dictadura abominable.

El hambre y los abusos son el pan de cada día en Birmania; sin embargo, no es ésta la causa principal para que miles de refugiados y refugiadas crucen cada día la frontera en dirección a Tailandia. Huyen del llamado batallón de violadores, una de las ‘innovadoras’ medidas de la Junta Militar -así es como se llama al Gobierno birmano-, que ha dado a sus miembros una licencia para violar y aterrorizar a las étnias del país.

Los secuestros y encarcelamientos de los opositores al régimen son otras de las medidas preferidas por la Junta Militar. El símbolo de la resistencia y un ejemplo para el mundo es la birmana Daw Aung San Suu Kyi, líder de la oposición y premio Nobel de la Paz. Esta mujer de aspecto frágil y una lealtad de hierro a sus convicciones y a su pueblo ha permanecido en arresto domiciliario sin cargos durante los últimos cuatro años -hace varias semanas se prolongó este arresto a otro año más- y ha pasado más de 11 de los últimos 17 años detenida.

Este mes, el Parlamento Europeo ha vuelto a denunciar la continua violación de derechos humanos en Birmania. Desde la Eurocámara hemos unido nuestra voz a la de quienes exigen sin descanso al gobierno de la Junta Militar que reconozca al resto de partidos políticos, que pare de una vez por todas con las violaciones de derechos humanos y que libere a Daw Aung San Suu Kyi.

Ésta no es la primera vez ni será, lamentablemente, la última que alcemos nuestra voz en defensa de los derechos humanos, en Birmania, y en muchos otros lugares paradisíacos y no paradisíacos del mundo. Tengo la esperanza, quizá porque el verano me hace ver las cosas un espíritu más positivo, que antes que tarde Birmania será ese paraíso que algún día espero visitar. Incluso sueño con charlar amigablemente con mi admirada Daw Aung.

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