El mismo cielo
A medida que el avión va ganando altura te despides del suelo. La mayoría de los cielos son iguales, entiéndase: la luz puede ser más o menos intensa, las nubes más blancas o más grises. Pero, desde tan arriba -volamos a 14.000 metros de altura- no es posible saber si sobrevolamos pobreza o desarrollo, si ahí abajo viven seres humanos fundamentalmente libres o gentes sometidas a alguna tiranía. No podemos adivinar, así rodeados de azul y horizonte, si abajo hay mujeres trabajando la tierra con sus bebés a cuestas o si estamos sobre una autopista por la que se rueda a gran velocidad. A través de un hueco entre dos nubes gordezuelas creo reconocer una enorme extensîón de plásticos formando muchísimas filas. Parecen rudimentarias tiendas de campaña muy cerca unas de otras. Alrededor no hay vegetación ninguna, sólo polvo gris y el calor de un sol impacable mitigado, momentáneamente, por estas buenas nubes que hacen barrera entre el sol y los plásticos.
Ver artículo publicado en El País, Cartas al director, el 7 de abril de 2006
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