Son ganas de fastidiar…
Me gustan las velas y la chimenea con alces de trapo que, desde que los niños eran pequeños, cuelgan de las ramas que decoran el salón. Poca decoración pero con un toque cálido y brillante de las llamitas en los vasitos rojo transparente que coloco en los peldaños de la escalera. También me encanta vestirme con el largo mandil blanco y cocinar cosas difíciles y laboriosas... salsas y cremas, carnes rellenas y lombarda. Mientras cocino, un poco de champán, claro.
Hace frío (para este mediterráneo, frío son 10º, como un buen día de Bruselas) y estamos abrigados incluso en casa.
Calcetines gordos y jersey... hablo por teléfono con gente que hace mogollón que no veo , ¡eso es estupendo!
Pero me sobra TANTO bienestar de golpe si pienso en todo aquello en lo que mi equipo y yo hemos trabajado durante este trimestre...y que también está en este blog.
El exceso de felicidad frente al inmenso sufrimiento de tantísimos seres humanos resulta un poco grotesco. Alimentamos nuestra burbuja navideña, cebando nuestros sentidos más inmediatos y borramos de nuestro día a día la dimensión humana con la que deberíamos estar más comprometidos. Seguramente, es normal y tampoco sé si la reflexión es muy útil. Creo que no y, sin embargo, no puedo evitarla. He escrito un artículo sobre el turismo sexual con menores, que aparecerá estos días... ¿son ganas de machacar la Navidad al personal? ¿es un ataque de mala conciencia? No. Se trata de buscar la oportunidad para dar a conocer situaciones brutales que, al ser denunciadas, deberían movilizar al menos las buenas intenciones. Las cosas pasan igual en Navidad que en cualquier otro momento del año pero evocarlas en pleno ataque de felicidad comercial y familiar las convierte en “peores”. Es como decir: “ustedes estarán de puta madre pero aquí les muestro cómo lo está pasando ahora mismo una gran parte de la “otra” humanidad”...
La verdad es que dicho así sí suena a ganas de amargar al personal.
¡Qué le voy a hacer!
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