miércoles, 1 de noviembre de 2006

Pongamos que hablo de Madrid

En el año 2007, y por primera vez en la historia, más de la mitad de la población mundial vivirá en un espacio urbano o - mejor dicho- suburbano. Esa realidad lleva mucho tiempo generando problemas sociales que, vistos los resultados, no se han sabido abordar. Desde las inmensas favelas brasileñas hasta las cités francesas, pasando por nuestros propios “poblados”, el número de seres humanos expulsados del derecho a lo esencial crece ante nuestros ojos sin que seamos capaces de frenar la deriva. Cada suburbio pobre es un mundo y, sobre todo, es el mundo real para millones de personas que allí han nacido, se han enamorado, han tenido hijos... Al mismo tiempo es la representación más evidente de la hipocresía general frente a la pobreza.

A 15 minutos del Paseo de la Castellana de Madrid, pueden ustedes visitar la Cañada Real; un lugar inexistente desde el punto de vista de la legalidad pero en el que viven más de 40.000 personas. No hay luz ni canalizaciones. Muchos de los niños y niñas del poblado no van al colegio y algunos ni siquiera han aprendido a leer. Aunque también puede verse gente con dinero –los traficantes de droga- la Cañada se parece mucho a los peores suburbios de las ciudades pobres del mundo.

En la Cañada hay bastante tráfico, por allí pasan cientos de camiones que, con frecuencia, atropellan a los niños porque no hay semáforos, ni pasos de cebra, ni aceras ni esperanza...

Al describir un solo lugar, puedes dar la medida del valor moral de toda una sociedad. Si no se interviene con toda la energía y los recursos que la situación requiere, la Cañada seguirá creciendo y también crecerá, entre los niños y niñas que hoy deambulan por sus “calles” un sentimiento amargo de expulsión y de rabia frente a nosotros que no les miramos. No estoy describiendo las chabolas de Río de Janeiro ni las de Johannesburgo. Esta vez hablamos de nuestros sub suburbios y, por lo tanto, hablamos de nuestra directa responsabilidad.

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