La bella pero mala hierba
Estos días trabajo algo en el jardín. Alrededor de la casa plantamos, el año pasado, lavanda, romero, tomillo y albahaca. La menta, en cambio, creció sola. Fue apareciendo poco a poco por una zona del jardín más próximo a la entrada de la casa. Me encantaba y la utilizaba para que oliera bien por todas partes y también para preparar mis mojitos especiales del verano. Eran arbustos preciosos, verdes intenso, frescos y vigorosos. Así nos sedujo y se hizo fuerte y presente en el jardín. Durante el invierno, aparentemente, dejó de crecer, detenida pero sin estropearse mucho. La usaba para perfumar los armarios, el coche etc... Al empezar la primavera empecé a sospechar que algo pasaba por que las flores habituales no conseguían crecer. Estaban raquíticas y sin luz. Tampoco la menta era la misma del verano anterior.
Hoy, cuando he decidido limpiar un poco alrededor de las pobres flores agostadas he descubierto la verdadera naturaleza de la menta. Tiene raíces horizontales y verticales; las horizontales van rodeando suavemente a las otras plantas y para ello se disfrazan de hojas pequeñas y bonitas pero, debajo de esa apariencia inocua, la menta ha tendido enormes, largas y gordas raíces blancas, muy profundas y casi imposibles de extraer de la tierra. He peleado con las raíces después de cortar todas las ramas y las hojas de la planta. No he conseguido acabar con ella pero sí odiarla. La menta es una mala hierba. Al principio nos engatusó con su efímera belleza y, cuando nos tenía seducidos, ocupó la tierra, vivió de las demás plantas a las que hizo enfermar, y ella misma comenzó a afearse. Sus blancas y gordas raíces me han hecho trabajar toda la tarde y, ahora, me duelen las manos y los brazos. Pero he conseguido liberar al resto de las flores del abrazo maldito de la menta.
Pensaba en algunas personas que se parecen a ella... momentáneamente bella pero mala hierba.
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